En torno a las 20.30 horas la plaza de toros de Pamplona comienza a ser asediada por centenares de personas que se agolpan en los aledaños del emblemático edificio pamplonés con el objetivo principal de conseguir la primera línea. En contra de lo que pueda parecer, no están allí para agasajar a un afortunado torero que se haya lucido en la arena. Esperan a las peñas de Pamplona y la famosa salida de las Peñas.
¿Peñas? ¿Qué son las peñas? Son agrupaciones de amigos, cuadrillas en argot navarro, que se constituyeron en asociaciones (hasta un total de 17) a lo largo del siglo XX para participar de una forma más activa en las Fiestas de San Fermín. Todas ellas acuden fielmente a la cita de cada tarde en la plaza de toros, si bien es cierto que con un ánimo un tanto diferenciado. Van al denominado tendido sol cargados de litros y litros de kalimotxo, sidra, cerveza y sangría, bien acompañado de potentes meriendas a base de ajoarriero, bocatas o guisos entre otros menús contundentes. Y todo esto mientras cantan, bailan, se lanzan comida y se disparan bebida. Lo que menos importa es la corrida. Para los amantes de los toros esta actitud es cuestionable, para los amantes de la juerga es admirable.
En ocasiones, en defensa de las peñas, sí siguen con gran entusiasmo la actuación de los toreros. Pero gustan diestros aventurados, temerarios, viscerales. Y si cumplen estos requisitos, recibirán una de las ovaciones más difíciles de conseguir, la de las peñas, y además se le obsequiará con el pañuelico de San Fermín. Un representante de una de las peñas bajará al ruedo y anudará al cuello tan preciado trofeo.
Y por ello, cuando termina la corrida de toros, las peñas bajan al ruedo, afinan los instrumentos y marchan de una en una por la puerta, recogiendo a los espectadores cual flautistas de Hamelín, y juntos recorren las calles de Pamplona bailando, cantando y animando.