Fin de semana, buenas temperaturas, y vuelta a la normalidad, tras las limitaciones que dejó la pandemia del Coronavirus, han sido los principales ingredientes para que la madrugada del sábado y, especialmente la del domingo, trajeran a Pamplona una marea humana que fue moviéndose por los distintos espacios festivos.
Esta pequeña ciudad que, habitualmente cuenta con 200.000 habitantes, alcanza el pico del millón de personas durante el fin de semana, lo que provoca que los alojamientos de la capital navarra registren estos días el 100 por 100 de ocupación; que sea una odisea entrar a los bares y restaurantes; acceder a los WC públicos; aparcar; o transitar por el corazón de la fiesta sin encontrarse con una riada humana que difumina al individuo para integrarlo en masas de color.
Pero estas circunstancias forman parte de la salsa de la fiesta y la ciudad abre sus brazos y acoge a todo el que llega para vivir, aunque sólo sea por unas horas, el palpitar de una fiesta en blanco y rojo que a todos iguala y a todos echa a la calle.
Los diferentes ritmos musicales se entrelazan, como se entremezclan las distintas generaciones, y prueba de ello fue el concierto de Fangoria, en Plaza del Castillo, con Alaska como protagonista, y una puesta en escena llena de efectos visuales que hicieron que los miles de personas que acudieron al espectáculo ni se movieran hasta el final.
A partir de esta tarde, la marea comenzará a bajar.