Cita en Navarra abre la década de los años 70 bajo la dirección de José Grañena. La película nos narra un romance entre dos jóvenes y nuevamente plasma la fascinación por parte de los norteamericanos de Hemingway y los sanfermines.
En esta época la película que tal vez tenga mayor proyección es La trastienda de Jorge Grau del año 1976. Posiblemente es quien mejor ha mostrado el sentimiento de la fiesta sanferminera, aunque dada la época y la protagonista, María José Cantudo, hubo otros motivos que desviaron en cierta manera la atención de los sanfermines…
Grau nos muestra, quizá por vez primera, un encierro en tiempo real, pero ¿a quién le importaban en ese momento los toros, cuando la protagonista se muestra (otra novedad) completamente desnuda en la pantalla?. Rodada en 1975, una luctuosa coincidencia le da aún un mayor tono morboso a la historia, ya que aquellas fiestas fueron especialmente trágicas por la muerte de un corredor. Además en una de las llegadas de los toros a la plaza se produjo un montón que afortunadamente sólo contó con heridos de diversa consideración.
Antes de comenzar una nueva década, porque vuelve a darse un salto en el tiempo hasta 1991, quiero hablar de una cineasta que parece fuera de lugar en los sanfermines. Me refiero a Leni Riefensthal. La directora alemana, mucho más conocida por su afición a los desfiles militares y a cierta cruz gamada de infausto recuerdo, también recaló en Pamplona durante los años cincuenta.
No fue una película lo que en este caso estrenó en 1987, sino su libro Memorias. Traigo aquí sus palabras porque definen muy bien la visión de alguien que no conoce las fiestas y se acerca por vez primera a ellas, alguien que, además, tiene visión cinematográfica:
«Dos días más tarde, llegamos por Biarritz a Pamplona, en el momento oportuno para probar nuestra cámara: al día siguiente, empezaba la famosa Fiesta de San Fermín, que Hemingway describió de manera tan sugestiva. Pamplona estaba abarrotada. Dormimos al aire libre. Fui reconocida por un español que en 1943, cuando hicimos para «Tierra Baja» las tomas con los toros, había trabajado para nosotros. Nos albergó en un pequeño hotel de una de las angostas callejuelas y se ofreció para servimos de guía durante la «fiesta». Antes de que saliera el sol ya estábamos sentadas con la cámara de cine encima del viejo muro de una calleja, por la cual, todas las mañanas, se hacían correr los novillos. Como locos corrían los mozos junto a los toros y delante de ellos; las muchachas y las mujeres miraban desde las ventanas y parecían también encontrarse en un delirio de paroxístico entusiasmo. Los mozos trataban de tocar los toros, eran arrollados por éstos, lo cual, sin embargo, les hacía entrar en un delirio aún mayor. Para nosotras, habitantes de países nórdicos, todo aquello resultaba extraño e incomprensible. A pesar de ello, pronto nos vimos también contagiadas por aquella fiebre. No era ningún show, sino que se trataba de gestos rituales de remotas tradiciones. Tres días estuvimos filmando en Pamplona. Ya hacía días que se nos estaba esperando en Madrid. Volví a experimentar España como un país fascinante, lleno de tensiones y de alegría de vivir; y esta vez sin la presión de una arriesgada producción. Para un artista, una abundancia casi abrumadora de impresiones y experiencias (…)».